miércoles, 17 de abril de 2013

Las Rodríguez (parte I)



A principios de los 70 la vida era realmente bella...sobre todo durante los veranos, cuando mis padres nos ‘’empacaban’’ para ir a pasar las vacaciones a Puerto Plata, a casa de mis primas hermanas.
Eran las semanas más emocionantes e importantes de mi infancia, ya que realmente nos teníamos un cariño entrañable, más de hermanas que de primas. Y el hecho de que mis 3 primas: Raquel, Lidita y Carolina, viviesen en las afueras del pueblo en esa  época, lo hacia mas interesante.  Una casita de campo, rodeada de animales de corral, espacio franco y abierto, libertad y lugares increíbles donde inventar los juegos más inauditos...   La vida quiso que mi tía, la hermana de mi madre, se casara también con un señor de apellido Rodríguez, que no era pariente de mi padre, pero que dio lugar a que siempre le llamara ‘’primo’’, y esto nos colocó a todas  ( muy orgullosamente) los mismos apellidos.  Recuerdo aquel verano cuando Kari y yo nos quedamos alrededor de un mes en el campo con ellos.  Viniendo nosotras del encierro de un apartamento en la capital, el cambio era como estar en el cielo... levantarnos antes que saliera el sol, con el canto del gallo, para ir a echarle maíz a los pollos, perseguir  el puerquito que estaban engordando para diciembre,  salir corriendo a buscar los huevos acabados de poner en el escondite de la gallina cuando salía cacareando (nunca entendí porqué lo anunciaba), era parte de las actividades que disfrutábamos.

También estaba lo de la sana alimentación, diferente, todo de la cosecha local. La mantequilla hecha con la nata de leche de la vaca que se ordeñaba diariamente, la propia leche pura... tan pura a la que nunca en mi vida mi organismo se acostumbró, y a todo el mundo se le olvidaba siempre que yo era alérgica, así, que ‘imaginaos’...

Pero lo mejor de aquella estadía siempre fueron los juegos, los simples, inventados, adorados y casi siempre mal finalizados juegos...  Hay que ver la imaginación que nos gastábamos. Claro, reconozco mi responsabilidad en algunos, pero en estos casos mi prima Raquel me superaba, lo malo es que a la hora de la averigüadera de mi tia del ‘quien fue?’ nadie quería adjudicarse la autoría...
Una de las actividades que más disfrutamos era la de deslizarnos en una lomita que quedaba detrás de la casa, sobre una yagua de palma... era la versión antigua del wakeboarding, pero sobre la hierba, en bajada, y al doble de velocidad. Recuerdo la sensación del estómago pegado al corazón, la adrenalina acelerando los latidos, pero igual nos gustaba, y al sentirnos seguras en la bajada, subíamos corriendo para iniciar de nuevo... a veces tomábamoss turnos, de a una por yagua, otras nos colocamos de dos en dos... de cualquier manera era fenomenal.  Si nos íbamos de boca o nos rompíamos un hueso, no importaba, nadie nos quitaba ‘lo bailao’.

Otra actividad que formaba parte de nuestro ‘’repertorio’’ era caminar alrededor de un kilómetro para llegar hasta una cañada para ‘’pescar’’ camarones... toda una hazaña, levantar lentamente cada una de las piedras dentro del río, para cuando alguno saliera sorprendido, atraparlos al vuelo con una lata o un vaso.  Esta de mas mencionar las horas que teníamos que atender esta actividad para luego regresar con alguna docena de estos infelices, que se supone ‘cocinaríamos’, pero que después de ponerlos a hervir sobre un anafe de carbòn, nadie se los quería comer...  
Un dia se nos ocurriò ( no recuerdo a cual Rodriguez) el juego más interesante y divertido de todos... construir nuestra propia casita de campo a la orilla del rio!  entonces nos pusimos a la obra, todas contribuimos con algún esfuerzo... unas recogieron piedras, otras pencas de cana, otras fueron por palos o ramas...  y después de todo un dia construyendo nuestra nueva casa club, finalmente obtuvimos un diseño más o menos pasable... 4 palos enterrados en   suelo, 4 palos horizontales amarrados sobre estos, techo de cana, asegurado con piedras,  papel de periódico en lugar de paredes... en fin, todo un diseño arquitectónico del cual terminamos muy orgullosas.  Como se había hecho tarde, casi no tuvimos tiempo de jugar dentro de la casita, así que cuando nos llamaron para ir a lavarnos y a cenar, casi cayendo la noche, nos despedimos de nuestro nuevo hogar con un hasta mañana, con todas las ilusiones y la seguridad de que al otro día coronaríamos el juego de nuestra vida...   Al amanecer del nuevo día, la primera que se levantò, como siempre, fue Lidita: ‘’‘vengan muchachas, a desayunarse y cambiarse rápido, que nos vamos para la casita’’... recuerdo que empacamos nuestras respectivas muñecas y juegos de cocina, porque el plan era pasarse toda la mañana allì... por eso no puedo expresar la desilusión tan grande que vivimos, al llegar y ver la obra de nuestras manos destruida, y una señora vaca muy cómodamente sentada sobre los despojos...  creo que la tristeza y el llanto nos durò el resto del día, o al menos hasta que a alguna se nos ocurriò el siguiente juego.

Y el siguiente invento no tardó en aparecer, mi querida prima Raquel que me invita a acompañarla en un paseo en burro.  Yo que nunca en mi vida me había subido en uno, no tardé en entusiasmarme, sin dudar ni un instante de las destrezas de mi primita como amazona... lo que no se me ocurrió pensar, es que el burro había sido ‘’sustraído’’ de la propiedad del vecino, y que de ninguna manera teníamos permiso para irnos a la aventura... y así nos alejamos, montadas en nuestro burro una detrás de otra, muy felices y cantando por el camino que conducía a la autopista. Cruzamos la misma muy tranquilamente, y ya casi avistamos el mar en la bahía de maimón cuando escuchamos unas voces llamándonos a lo lejos... cuando vi al mayoral que venía tras nosotras muy enojado y agitado, entonces supe... Ay!... lo que nos tocó vivir más tarde por esta transgresión, mejor no recordarlo... mejor me quedo con lo bailao del dia del paseo en burro.



(Continuará)