jueves, 8 de octubre de 2009

La Vieja Rosa II: Los primeros años

No recuerdo la primera vez que llegó a casa, solo recuerdo lo que me contó. Según ella, cuando mi madre, con dos niñas pequeñas y embarazada de otra nos la presentó, y nos dijo "esta es su nueva niñera", yo salí corriendo a abrazarla, y seguido le dije "Bendición tía". Asi sin mas, sin nunca haberla visto, yo tenía apenas 5 años y decidí que Rosa iba a ser mi tía... este gesto nunca lo olvidó, y marcó nuestra complicidad por siempre.
Mi nana nunca fue a la escuela, venía de los tiempos donde la gente pobre se quedaba en casa para ayudar con los hermanos o los quehaceres del hogar. De todas maneras, aprendió a leer algo y a escribir un poco, ya siendo una vieja gruñona. Recuerdo verla sentada frente a la ventana de su habitación cada tarde mientras escuchaba los programas de alfabetización de Radio Santa Maria. Así fue dibujando sus primeras letras y números. Luego podíamos contar con que anotaba los mensajes importantes de llamadas para mi padre. Siempre guardaba un pequeño cuaderno, para anotar los hechos que consideraba importantes: la fecha que trajeron el gas, el número de teléfono de la farmacia, el nombre del último médico que le curó los juanetes….
Físicamente se consideraba fea, a veces se miraba al espejo y con cara de espanto decía: "Jesús, quién es esa mujer tan fea…" cosa que nos hacía reír bastante. Pero para mí era tan linda como sus cuidados y su cariño. Mulata rellenita en sus años mozos, siempre llevaba un pañuelo amarrado a la cabeza. Vestía una falda debajo de las rodillas, y alguna blusa de medio luto, porque siempre era doliente de algún familiar.
Siempre nos hablaba de otros niños que había cuidado antes de nosotras, y qué casualidad que eran niños muy buenos y obedientes, incapaces de protestar y decir malas palabras, y así le reclamaba yo, si eran tan buenos, porqué te fuiste y los dejaste, y viniste a caer en esta guarida de fieras. Porque eso sí, de mansas y tranquilitas no teníamos nada. Al menos yo, que siempre fui la mas inquieta, curiosa e "inventora". Los juegos normales eran la mar de aburridos para mi, por eso tuve que crear mi propio estilo, un estilo que me hizo ganar castigos y correazos muy a menudo. Claro, estamos hablando de los tiempos en que los sicólogos infantiles solo existían en el extranjero, y los padres preferían darse a respetar que a querer. Sobre todo el mío, que era tan estricto y no perdonaba una. Mi hermana Kari y yo éramos inseparables, ella me seguía en todos mis inventos, pero cuando nos descubrían, se las arreglaba para salvarse de los castigos, y la hermana mayor cargaba con todas las culpas. Esto enfurecía realmente a Rosa, como no se atrevía a interponerse entre mis padres y yo a la hora de las pelas, siempre amenazaba entre dientes a kari, y la amenazaba con gestos que ella comprendía muy bien, porque para mi nana las dos éramos culpables, y no era justo que solo pagara una.
Una vez kari y yo jugamos a disfrazarnos, nos encerramos en la habitación de nuestra madre, aprovechando que estaba en casa de una vecina, y probamos todo tipo de maquillaje, ropa, collares y peinados. Nuestra nana estaba bañando a Lari, que tenía unos 3 años. Recuerdo que me disfracé de Gitana, con todos los pañuelos y collares de mami, y a kari la maquillé y vestí como un payaso. Al cabo de un tiempo de jugar cantando y bailando frente al espejo, mi madre que entra de repente…. Solo puedo decir a favor de mi progenitora que no pegaba con la correa, pero su zapatilla también picaba y dejaba marcas. Kari gritó que la de la idea había sido yo, y salió corriendo a nuestro cuarto y se metió debajo de la cama, salvándose de la ira de nuestra madre, que no se molestó en salir a buscarla. Pero cuando kari comenzó a sentirse segura, vió venir una mano fuerte y vengativa, que la sacó por un pié, y empezó a propinarle chancletazos con unas chancletas duras de goma, que creo que la pobre hubiera preferido las sandalitas de mami. "Tú tiras la piedra y escondes la mano, no creas que vas a salvarte", le decía la vieja mientras le pegaba.
La Vieja era consentidora de Lari, que en ese tiempo era la mas pequeña y no comía bien. Le preparaba de comer a capricho, la embullía de emulsión de Scott y la sobreprotegía, esto quiere decir que Lari no salía a jugar con los demás niños. Bueno, tampoco a Kari y a mí se nos permitía salir mucho que digamos, pero después de rogar mil veces, una que otra vez por semana nos dejaba salir a jugar con los demás niños del vecindario, con el tiempo contado, y siempre vigilándonos desde el balcón, con Lari en el regazo, que miraba de lejos la diversión con carita de pena. Así se pasaba mi nana algunas tardes, mirando, mandando, metiéndose con todos y opinando sobre los juegos: Cuidado con esa bola…. Así no, tramposo…. Oye, abusador pégate en tu propio c… porque a la hora de prodigar dichos e insultos, mi nana no se medía, tenía una lengua respetable… claro, siempre y cuando mi padre no estuviera por ahí.
A veces por las noches, cuando mis padres salían, cosa bastante frecuente, Rosa nos sentaba en el balcón para contarnos cuentos, antes de meternos en la cama. Sus historias, tan variadas, podrían tratarse sobre gente real que conoció en el pasado, como podían ser totalmente inventadas. Después de muchos años de confusión, finalmente aprendí a distinguir unas de otras. Cuando nos contaba historias de adultos, de cosas que había vivido antes, eran casi siempre verídicas. Cuando contaba sobre niños traviesos o animales raros, entonces estaba inventando. Como sea, siempre había una moraleja, o algún mensaje que nos quería transmitir. Por ejemplo, cuando hablaba de la niña mala que había abusado de sus hermanitos, pero que un día había decidido portarse bien y por ello le había crecido un hermoso pelo largo y sedoso hasta la cintura, me estaba diciendo a mí (que no me gustaba peinarme porque tenía siempre el pelo enredado), que dejara de hacerle bromas pesadas a Lari, que era tan pequeña y tan flaquita… Por pequeña y flaquita que era jugábamos un juego con ella que le encantaba, jugábamos a "La Reina": la llevábamos cargada a todas partes, le servíamos la merienda en bandeja, la tratábamos de su majestad, la vestíamos de traje largo, etc. Lari era feliz cuando kari y yo le dedicábamos este corto tiempo de atención. Pero todo terminó el día que se nos ocurrió (seguramente a mí por supuesto), guardar a la menudita Reina dentro de una maleta de viaje, encerrarla y dejarla ahí por mas de una hora, para que descansara...(y kari y yo pudiésemos jugar a otra cosa). Cuando Rosa se dió cuenta, lo que vino fue tremendo... para mí claro, porque recuerdo a Lari salir de la maleta tan tranquila y sonriente, y a Kari… bueno, no recuerdo donde se escondió.
Con el tiempo y los años la vieja Rosa se ganó la total confianza y respeto por parte de mis padres. Hasta el punto que muchas decisiones respecto a mí y mis hermanas pasaban primero por su aprobación, y muchas veces eran tomadas libremente por ella, sin preguntar primero a nuestros progenitores. Esto sucedía también cuando se trataba de ciertas personas, amistades, familiares o vecinos que visitaban mi casa. La vieja decidía quien era bienvenido y quién no, y trataba al visitante en consecuencia. Tenía una psicología natural que le permitía evaluar las personas, y medía con su propia vara, solo que ha veces rompía sus propias reglas, dependiendo del interés o la necesidad del momento. En otras palabras, en ocasiones la vieja Rosa podía mostrarse interesada, sobretodo con aquellos que de cuando en cuando le daban su propinita. "Esa tía de ustedes es una santa, es la única que se interesa de verdad por esta familia", decía a media voz, de espaldas a la referida tía, con un disimulo bastante aprendido, y claro, la referida tía se botaba en halagos y regalitos, tanto para nosotras como para la vieja. Otras veces, los visitantes eran víctimas de su calculada mala educación, sobre todo aquellas amigas de mi madre que consideraba chismosas e hipócritas. "Esa no es amiga de nadie, con su sonrisa falsa y mirándolo todo con envidia, a mí no me engaña". A veces pasaban años para que mami se diera cuenta que tal o cuál amiga ya no la visitaba debido a algún desaire de la vieja Rosa.
Mi nana no tenía reparo alguno en pedirle cosas a nuestras amistades y familiares, amparada en su situación de mujer pobre y sin hijos propios. Siempre tenía alguno que otro sobrino o sobrina que proteger y proveer. Y se antojaba de los artículos más variados, desde un colchón viejo hasta unos tenis usados, ropa de niño para un hijo de una sobrina que no tenía con qué ir a la escuela, una bata de dormir para esa pobre señora vecina de su comadre que iban a operar, un juego de platos que estaba ya viejo e incompleto para esa pobre gente de mi barrio que no tiene ni en qué comer… y vaya usted a saber, llegó un momento que sus sobrinos acudían a ella cada vez que necesitaban resolver un problemita, casi siempre de dinero.
Una vez, a mis 9 años, estuve casi dos semanas sin dirigirle la palabra después de que un día regresé de la escuela y fui a buscar mi pequeña bicicleta, la cuál había desaparecido misteriosamente, sin dejar rastros. Mi bici querida que había llegado primero con dos rueditas laterales, como un triciclo para enseñarme a montar, y que luego se transformó en una bici de verdad cuando me convertí en toda una pilota. Durante días la vieja me hizo creer que alguien había entrado y la había robado, porque yo siempre la dejaba tirada en cualquier parte. Después, no recuerdo como me enteré que su ahijado del momento disponía felizmente de ella en las calles de su barrio. Cuando le reclamé a mi madre, solo me respondió, "tú sabes como es la vieja, ella siempre estaba nerviosa con esa bicicleta, decía que un día te ibas a fracturar un hueso, entonces me la pidió y se la dí." Así eran las cosas en casa, Rosa decretaba, y los demás asentían. Pero fueron tantas las veces que me "prestaba" dinero para comprar golosinas en el paletero de la esquina, tantas las veces que me protegió y me consintió, que rápidamente me olvidaba de sus deslices. Y tenia su manera muy particular de hacerse perdonar, cuando sabía que estaba en falta con una de sus "hijas", se convertía en la persona mas amable del mundo, te llamaba con nombres cariñosos inventados por ella, te conseguía tus antojos de la nevera… en fin, hasta que regresábamos a la normalidad, y ella volvía a tomar su actitud de siempre. Regañona, mandona, autoritaria. Pero bromista y ocurrente. Sus expresiones y refranes eran famosos en toda la familia y círculo de amistades. A veces nos visitaban ciertos parientes solo para entablar conversación con ella y disfrutar de sus ocurrencias.
La vieja siempre tenía sus ahorros, porque en realidad sus gastos eran muy pocos. De su sueldo que no era ni la mitad de lo usual en la época, lo que no regalaba a sus familiares iba a parar a una famosa cuenta de ahorros, que había abierto hacía mil años con el fin de cubrir los gastos de su mortaja. Decía que ni después de muerta iba a pedir dinero para que la enterraran.
Mi nana adolecía de un defecto que me da pena reconocer en estas páginas: Acostumbraba a ponerle motes o sobrenombres a la gente, sobre todo a aquellos que no eran de su agrado. Así, de repente y de improviso, era algo que surgía cuando menos lo esperabas, claro, esto lo hacia de espaldas a aquellos y de frente a nosotras. Reconocíamos a la persona a la cuál se refería adentrándonos en el mundo de los apodos, los cuales casi siempre eran compuestos y hacían alusión al mundo animal. Pero lo mas cómico era cuando escuchabas el apodo por primera vez, y la ocurrencia te hacía mirar a la persona en cuestión, y te dabas cuenta que realmente el sobrenombre le servía… Así pues, cuando mirabas la cara a "frente de chivo" notabas que efectivamente su frente era bastante despejada; "ojo de vaca" los tenía a punto de salirse de las órbitas, "boca de jarro" era aquella del bocón enorme, "culito seco" aquel que apenas tenía para sentarse, y así…
Rosa también solía apodar la gente dependiendo del lugar o pueblo de donde provenían. Así fue que Miriam, una amiga de mi madre, nunca se salvó de ser "la barahonera" aunque no lo era de origen, sino de procedencia. El "americano", era todo aquel que no hablaba español, salvo que fuera chino o hatiano.
Aunque su función principal era de niñera, la vieja se tomaba sola otras atribuciones, como atender en la mesa a mi padre, prepararnos la cena a mi y a mis hermanas, organizar la despensa, nuestro closet, etc. Pero había algo que no resistía dejar de hacer y era supervisar al resto del personal. En otras palabras, se metía con la cocinera o la de la limpieza, tratando de dirigir la orquesta a su manera, y la que no cumpliera con los requisitos que consideraba obligatorios, buscaba la forma de hacerla echar. En este sentido siempre decía una cosa y luego hacía otra. Decía: "yo no tengo que meterme en cocina, para eso está esa mujer que muy bien que le pagan…" pero al rato se estaba dando su ronda para ver si sabía preparar las habichuelas. O mirando debajo de la mesa para ver si habían limpiado bien.
Y los chismes no se hacían esperar. Todas las tardes se apersonaba en la habitación de mi madre con una mano terciada en la cintura, del lado de la espalda (un gesto muy característico suyo), para informarle los últimos detalles del departamento de humo y grasa. "Usted no me quiere escuchar, yo se lo digo, esa mujer solo quiere estar en el patio hablando con el sereno al lado, y pasándole café y desayuno sin pedir permiso, llámele la atención a esa fresca, que de momento lo mete aquí en la casa…"¨ o sino "esa mujer es una cochina, usted ha visto como están los baños?". La cuestión es que siempre había una queja, para la vieja ninguna era buena, ni medianamente. Pero después de llevarle la corriente por algunos años, y cambiar de servicio frecuentemente, al parecer mami se hartó y se hacía la que la escuchaba sin hacerle mucho caso. Y eso era precisamente lo que la ponía del peor humor, que la ignorasen, entonces salía de la habitación murmurando ofendida "esta doña le hace más caso a un perro que a mí, no vuelvo a dirigirle la palabra, le estoy hablando y me da la espalda, pues que se le caiga la casa, total es su casa no la mía", y el dolor le duraba varios días. Y durante una semana o dos mi mamá descansaba de los chismes vespertinos, hasta que se le pasaba el enojo volvía a la carga.
(Continuará)

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